This story in Spanish has been asked by one of my Spanish friends. She knows who she is. For her and others (unfortunately not too many)...
DE MUJER A MUJER
Julia y Rosa eran dos mujeres espectaculares. A sus treinta y pocos, tenían unos cuerpos de concurso, 1,75, 70 kilos más o menos, Julia 38D-28-38, Rosa 40C-30-40, aquella morena azabache, ésta pelirroja, ambas con largas melenas que se correspondían con sus peludas pelvis.
Las dos trabajaban como ayudantes de doña Lola (“llamadme Lola a secas, chicas, que el doña me hace vieja”), una lesbiana cuarentona que regentaba un negocio de bares de alterne para lesbianas. Doña Lola, a sus cuarenta y cinco, tenía un cuerpo impresionante, producto de buenos cuidados, alimentación inteligente, gimnasio y buenos masajes. Ni un gramo de grasa, pechos mayores aún que los de ellas, olor a perfumes caros, vestidos elegantes y gusto por variar las mujeres en su cama.
Julia y Rosa, aquélla con un master en administración de empresas, ésta con un master en marketing y comunicación, habían sido contratadas con altísimos sueldos para liberar a doña Lola del día a día administrativo, pues ella prefería recorrer sus locales, alternar y mantener al personal a raya.
Las dos hembras actuaban en público como las mejores amigas, especialmente ante doña Lola. Pero las dos tenían un designio común: meterse en la cama de doña Lola y no para una efímera noche, o incluso unas semanas de placer, sino de forma más permanente, teniendo a la vista la gran fortuna de la bella cuarentona, además de sus favores sexuales en los que se decía que era la mejor.
Cuando Julia y Rosa se veían a solas, sus sonrisas eran malévolas. Generalmente adoptaban posturas desafiantes, los pechos adelante, las manos en las caderas: “Imagino que estás tramando algo para meterte entre los muslos de la jefa”, decía una. “Eso serás tú, zorrita, que te sales sólo de pensar en su cuerpo”, decía la otra. “Claro, y a ti se te cae la baba cada vez que la jefa te habla”.
Otras veces, el enfrentamiento era casi físico. Las dos casi nariz con nariz, los pezones rozándose, escupían las frases: “No hay duda de que eres hermosa, pero fría como un témpano”. “Más caliente que tú de aquí a Lima… y con más amantes”. “¿Sí, pirujas de bares sucios?”. “Esas son las tuyas, las mías son elegantes y de clase alta”. “Un día te demostraré que soy mucho más mujer que tú”. “Eso me encantará verlo, cielo, porque estás muy lejos en la clase”.
Había un personaje que estaba al tanto de la rivalidad real de las dos mujeres. Era Laura, la secretaria personal de doña Lola, una mujer aparentemente poca cosa, morena, a menudo desgreñada, plana, vestida adustamente, con gafitas y olor a mustia. Ellas, despreciándola, hacían sus escenas delante de ella, como si no existiese. Y ella, Laura, terciaba en sus discusiones con humildad: “Vamos, chicas, unas mujeres tan maravillosas como vosotras, peleando así. Si doña Lola se enterase…”
Doña Lola se enteró misteriosamente. Un día, temprano, se plantó en la oficina y llamó a ambas a su lujoso despacho. “Bueno, chicas, ha llegado a mi oídos que ambas mantenéis una rivalidad que no quisiera perjudique vuestro espléndido trabajo”. Levantó una mano para acallar las protestas de ambas. “También sé que yo soy en parte la causa de esa rivalidad”. Las dos la miraban en silencio, admirando su compostura y elegancia natural. Continuó: “Pues bien, para terminar con esa situación, deseo que peleéis entre vosotras. No a golpes, sino sexualmente. Para demostrarme a mí, pero también para demostraros a vosotras cuál es la mejor hembra. La que se impone a la otra en el campo más femenino, el del dominio sexual. Quiero veros ahora”.
Julia y Rosa se miraron, algo obnubiladas por la proposición, pero excitadas ante lo que las dos habían deseado y temido al mismo tiempo. Vieron que doña Lola iba muy en serio. Las dos se dirigieron al centro de la espesa alfombra que cubría gran parte del despacho, miraron de nuevo a su jefa, se colocaron a pocos centímetros de distancia una de otra, de forma que podían inhalar los caros perfumes y el aroma de su excitación sexual, y comenzaron a desnudarse con movimientos provocativos y voluptuosos.
Cuando se quitaron las blusas, los pechazos de ambas quedaron orgullosamente al aire sin sujetadores, firmes, erguidos, los pezones grandes y erectos. Doña Lola los evaluó mentalmente, admirándolos como buena experta. Ellas se los miraron también con admiración pero no envidia. Dado el espesor de la alfombra, las dos lanzaron los zapatos de tacón alto lejos y se quitaron las minifaldas meneando las caderas con gestos igual de voluptuosos que las blusas. Ambas llevaban ligueros y medias de costura, Julia liguero negro y bragas blancas transparentes que dejaban ver su selva negra y espesa debajo, Rosa liguero rojo, también con bragas transparentes que dejaban a la vista su bosque rojizo y tan espeso como el de su contrincante. “Precioso coño, cariño”, dijo Julia melosamente acariciando el de Rosa por encima de las braguitas. “Magnífico coño el tuyo, amor”, dijo Rosa igual de melosa acariciando el de Julia. Las dos notaron la ligera humedad de las bragas de la otra que demostraban su excitación, como empezaba a notarse el aroma de los jugos vaginales. Las aletas de las narices de ambas temblaban excitadas y una ligerísima capa de sudor se formó encima de los labios superiores de las dos hermosas hembras.
Sin separar las manos de los coños, sus bocas se unieron en un sinuoso y experto beso de labios y lenguas, éstas pugnando por penetrar la boca de la otra, danzando y
Luchando en las bocas entre jadeos, la saliva pronto escapando a las barbillas y cuellos mientras las manos acariciaban febrilmente los peludos coños y las tetas se aplastaban duramente, los pezones encontrándose, los pechos moviéndose en círculos, de derecha a izquierda y de arriba abajo cada vez más fuerte, intentando establecer el dominio. Diez minutos largos de intensa lucha, que doña Lola contemplaba relamiéndose los labios y con sus piernas abiertas, su mano acariciando su prominente sexo también peludo pero totalmente desnudo.
La intensidad les produjo el primer orgasmo conjunto, las piernas se les doblaron y tuvieron que sujetarse una a otra para no caer, mientras los jugos empapaban las bragas y escurrían a sus hermosos muslos. Las dos sudaban ya bastante y sus olores llenaban el despacho, a lo que contribuían también los cuantiosos jugos vaginales de doña Lola que se había contagiado del orgasmo y había tenido una deliciosa corrida.
Las “gladiadoras” se repusieron, se miraron una a otra con admiración y algo más que lujuria, se desabrocharon los ligueros parsimoniosamente y se quitaron las bragas, arrojándoselas a doña Lola que las agarró al aire y las olió y lamió con gusto. Inmediatamente, Julia y Rosa se agarraron de los gloriosos culos y juntaron sus coños con fuerza, enredando sus selvas, pegando sus húmedas y gruesas rajas y uniendo sus excitados y largos clítoris en singular lucha. Las uñas se clavaban en las nalgas y los coños se restregaban casi violentamente, mientras las dos jadeaban y gruñían como animales en celo que en esos momentos era lo que eran. Sus pechos volvieron a unirse y restregarse, sus bocas se fundieron en un beso, más que de enemigas, de apasionadas mujeres en busca del placer mutuo, el sudor cubriendo ambos cuerpos libremente.
El segundo orgasmo conjunto fue espectacular, las dos temblando como hojas, e doble grito apagado por el feroz beso, las uñas clavándose dolorosamente en los buenos traseros, ambas sujetándose una a otra mientras sus rodillas se doblaban y se clavaban en la alfombra. Los temblores de la enorme corrida les duraron largos minutos, las dos se miraron con ojos brillantes de lujuria y deseo animal y luego miraron a una doña Lola espatarrada en su sillón, con un manantial de espesos jugos saliendo a borbotones de su glorioso coño y sus caderas temblando casi fuera del sillón.
Las luchadoras cuyas caras no reflejaban desprecio ni rabia, sino placer y lujuria, se hicieron un gesto y se sentaron en la mullida alfombra, cruzaron sus muslos, uno arriba el otro abajo y aplastaron sus coños uno contra otro, con un ruido de jugos, se agarraron de los muslos y empezaron a follarse ardientemente, enredando los pelos, cruzando y atacándose los clítoris, besándose los labios vaginales en restregones casi violentos, pero claramente sexuales, los olores de sexo y sudor llenando el despacho, los jadeos de ambas sólo superados por los de doña Lola, que se masturbaba con el puño entero en su profundo coño y los ojos abiertos inverosímilmente. Las luchadoras gemían de pasión, gruñían de lujuria y a las dos se les escaparon chorros de pis que se unieron al charco de jugos y sudor en los coños, vientres y muslos de ambas. “¡Joder, fóllame, cariño!”, “Toma coño amor”, “dame más, cielo”, “jódeme, quiero correrme”, “te deseo, Rosa”, “y yo a ti, Julia”. “AAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGHHHHHHHHH”, “ME CORROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO”.
La doble corrida fue la más espectacular de todas. Torrentes de jugos escaparon a borbotones de los calientes coños, espesos y olorosos, como geyseres ardientes, en tanto los cuerpos temblaban, sudaban, olían y las dos se abrazaban y besaban con gran ardor y pasión, las lenguas buscándose, las salivas manando y escurriendo hasta las tetas, las dos abrazadas, agarradas a los culos, mientras los coños seguían restregándose y soltando jugos y pis en un manantial inacabable. Pasaron largos minutos antes de que ambas se repusieran, se separaran y miraran a doña Lola, que sentada en la alfombra en un charco de jugos con ojos vidriosos, dijo algo balbuciente: “He asistido al más salvaje espectáculo sexual que recuerdo, con una sola excepción. Las dos habéis demostrado ser unas hembras calientes y sensuales, dignas de mi cama y de otras muchas camas, aunque pienso que desde hoy os aficionaréis una a otra. ¿Me equivoco?”. Las dos asintieron, y doña Lola continuó: “Sin embargo no os hagáis ilusiones, una cosa es acostaros conmigo y otra convivir conmigo. Estoy casada en secreto”. Se levantó, algo tambaleante, tocó un timbre en su mesa, y al poco se abrió la puerta y entró Laura.
Las dos se quedaron boquiabiertas, pues tardaron en reconocerla. La Laura que entraba era una mujer bandera, voluptuosa, libre de sus severas ropas, su feo moño y sus cursis e innecesarias gafitas, su lustrosa cabellera negra suelta hasta media espalda, su cuerpo cimbreante de caderas altas y pechos firmes, una belleza serena y esplendorosa.
“Os presento a mi amada esposa”, fueron las palabras de Lola antes de fundirse en un apasionado beso con ella. “La excepción de la que os hablé antes fue la primera noche que pasamos juntas. Eso fue sexo salvaje y maravilloso”.
A modo de epílogo, Julia y Rosa pronto se casaron. Por supuesto, se acostaron con doña Lola y Laura, incluso en su noche de bodas, pero su amor apasionado no conoció límites.