Capítulo I
En el universo de los famosos, donde cada like y cada comentario puede ser un campo de batalla, Wanda Nara y La China Suárez se habían convertido en dos titanes de la guerra digital. Sus intercambios en redes sociales eran el pan de cada día de todos los programas de chismes, siempre dispuestos a alimentar el fuego del cotilleo.
Una tarde, en uno de estos programas, una panelista, cansada de las constantes escaramuzas digitales, decidió soltar una bomba que resonaría más fuerte que cualquier tweet o story. Con un tono entre irónico y desafiante, exclamó: "¡Estas dos se tienen unas ganas...! ¿Por qué no se dejan de joder y se pegan un revolcón?"
El comentario, cargado de ironía, generó un revuelo instantáneo. Los seguidores y detractores de ambas rivales se lanzaron a las redes para opinar, y la panelista se posicionó como una nueva figura mediática.
Wanda, con la sangre hirviendo por la indignación y el desafío, esperó a que su marido se refugiara en la seguridad del baño para tomar su celular. Con un par de clics, encontró el número de La China y la llamó, con la adrenalina corriendo por sus venas.
La actriz se sorprendió al escuchar una voz diferente a la que esperaba, increpándola:
— ¿Qué te pasa, putita?
Sin perder su aplomo, replicó con sarcasmo:
— ¡Ah, bueno! ¡Habló la Madre Teresa!
La conversación se convirtió en un intercambio de insultos.
— Hija de puta! Dejá de cogerte a mi marido! —espetó Wanda.
— Atendelo mejor, pelotuda... Es él el que me busca a mí. Por algo será. —se mofó La China.
— Porque sos una arrastrada!
— ¿No será porque vos cogés horrible?
— Y vos sos una frígida de mierda!
— Concha seca!
— Sos muy mala por teléfono, China.
— Vos también, Wanda.
— Ya que sos tan brava, ¿por qué no me lo venís a decir en la cara, pelotuda?
—¿Qué te pensás? ¿Qué te tengo miedo?
— Te voy a cagar a trompadas, yegua!
— Jajaj. No me hagas reír. ¿Querés que peleemos delante de Maxi, para que vea que soy la mejor?
—¿Tenés miedo de pelear a solas conmigo? Clásico de putita arrastrada y cagona.
—¿Dónde querés que nos encontremos, puta de mierda?
—Vos sabés bien donde… —siseó con rencor, al recordar una de las casas donde supo que había tenido relaciones con su mairdo.
—Andá sola, hija de puta!
—Te voy a reventar… y después me vas a chupar la concha, hija de puta!
—Morite, forra!
Habían alcanzado un punto sin retorno.
Esa misma noche resolverían sus diferencias de la manera más directa.
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Capítulo 2
Esa noche, a la hora señalada, La China Suárez descendió de su auto vestida con una campera jogging, calzas negras ajustadas, zapatillas y accesorios que la volvían casi irreconocible en la penumbra: una gorra y grandes anteojos de sol. Wanda, en cambio, optó por un atuendo similar, pero sin los elementos de ocultamiento.
Abrió la puerta sin decir una palabra. Sus ojos lanzaban dagas silenciosas. La recién llegada cruzó el umbral. La dueña de casa cerró la puerta con llave el sonido del portazo pareció retumbar por algunos segundos.
— Así no te salva nadie, hija de puta —siseó con la voz cargada de veneno.
— A vos, condhuda! —replicó La China con el mismo tono acerado.
Wanda le lanzó una mirada despectiva antes de caminar hacia una habitación despejada. Allí solo había mats de pilates y yoga que las esperaban como testigos mudos. La dueña de casa se paró en el centro con las manos en la cintura en una postura desafiante y orgullosa.
— ¿Estás lista para que te deje linda a trompadas, hija de puta? —desafió con la voz resonando en el espacio vacío.
— Te voy a cagar a trompadas, pelotuda! —contestó La China, preparada para la batalla.
El aire se espesó con los siseos de ambas. El tiempo pareció detenerse por unos instantes. Los ojos llamearon para lanzar encendidas miradas de odio. Tras una intensa y breve pausa se lanzaron la una contra la otra como si hubieran escuchado una campana.
Wanda lanzó un puñetazo que conectó con el pómulo derecho de su rival. El impacto fue audible. Un sonido seco que retumbó en las paredes. La China retrocedió, con un gruñido. Intentó cubrirse, pero solo para recibir un golpe en el estómago que le cortó el aliento y la obligó a doblarse. Wanda intentó rematarla, pero ella contraatacó con uppercut preciso que encontró su boca. El sonido del golpe generó un eco que atronó en la habitación y en los oídos de ambas.
Wanda retrocedió, con las manos cubriéndole el rostro y los ojos abiertos de par en par. Cuando apartó las manos, sus labios estaban manchados con el rojo de su propia sangre. Su mirada se convirtió en la expresión del odio desmedido.
La China esbozó una sonrisa torcida, mientras adoptaba la posición de guardia, lista para continuar. Su némesis avanzó con los puños cerrados y renovada determinación.
El intercambio de golpes se intensificó. Wanda lanzó una serie de puñetazos rápidos que buscaban el rostro de La China. Uno de estos golpes atinó en el ojo y logró dejarle una marca roja alrededor. El párpado comenzó a hincharse. La China respondió con un gancho al cuerpo que logró provocar un gemido de dolor y una momentánea pérdida de aire.
Pero lejos de detenerse, redoblaron la violencia con la que se golpeaban. Wanda logró lastimarle la nariz y hacer brotar la sangre. La China, enfurecida, replicó con una trompada que le marcó el pómulo izquierdo.
Se habían sumergido en un auténtico vaivén de ataques y defensas. Wanda, con un movimiento ágil, logró un gancho que hizo brotar el río rojo en el labio superior de su némesis. Pero La China, desesperada, le arañó el cuello con gruesas marcas, antes de que ambas cayeran enredadas.
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Capítulo 3
Cada golpe era un testimonio del odio que ambas sentían. Como una continuación del conflicto mediático. Los minutos pasaron y sus rostros y cuerpos se fueron marcando con los signos de la batalla. Moretones, cortes y sangre salpicaban sus ropas. El cansancio se hizo presente, pero la decidida furia seguía alimentando sus movimientos, que se fueron ralentizando.
Los golpes perdieron potencia. En la desesperación por lastimarse mutuamente, quedaron trabadas y cayeron al suelo, donde iniciaron una lucha por la posición superior. Rodaban a uno y otro lado con los muslos entrelazados.
El roce entre sus piernas firmes embutidas en las calzas les provocó una sensación inesperada. Había algo en ese contacto, en la fricción entre sus cuerpos, que comenzó a afectarlas de una manera diferente. Cada una se aferraba a los cabellos rivales con una mano para tironear con rabia. Se golpeaban con la otra mano, pero los impactos caían débiles sobre sus rostros magullados.
Ninguna fue capaz de contener las lágrimas silenciosas que comenzaron a rodar por sus mejillas.
— ¡Hija de puta! —gritó Wanda, con la voz quebrada por el llanto, mientras intentaba recuperar la posición dominante.
— ¡Conchuda! —respondió La China. Su propia voz trémula y la mirada acuosa, mientras trataba de mantener el control.
Rodaban por las colchonetas, alternando la posición superior sin que ninguna lograra imponerse. Sus cuerpos se movían en una danza de fuerza y denuedo. Cada giro, cada intento de inmovilización, provocaba un nuevo roce entre sus vientres. Y con cada contacto, un estremecimiento involuntario las recorría por dentro. Los suspiros se mezclaron con los insultos.
— ¡Dejá de cogerte a mi marido! —exigió Wanda, pero su voz se quebró cuando su entrepierna chocó con la de su rival.
— ¡Es él quien me busca, mal cogida! —replicó desafiante , con tono tembloroso cuando sus muslos se apretaron más.
Cada poro de sus cuerpos parecía irradiar más calor con la creciente fricción.
— ¡Peleá y dejá de frotarte, torta! —protestó Wanda, temblorosa.
Escupió directamente en los labios de La China, como si quisiera marcarla con su desprecio. Una desagradable mezcla de sangre y saliva.
— ¡La que se frota sos vos, trola! —respondió, con la misma intensidad, devolviéndosela.
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Capítulo 4
Ambas se gritaban acusaciones en un torpe intento por negar la excitación comenzaba a dominar sus cuerpos. Pero a pesar de las palabras, ninguna detenía la fricción. Cada movimiento llegaba acompañado por un roce más íntimo, más cargado de una energía que ninguna podía controlar.
— ¡Sos una puta de mierda! —siseó Wanda, llena de odio al quedar arriba y arremeter con su pelvis para provocar un gemido involuntario en ambas.
— ¡Vos sos la puta más grande, cerda!
Las voces temblorosas las delataba y el roce se hacía cada vez más intenso, a medida que rodaban y forcejeaban. Sus alientos se mezclaban para producirles una mezcla de asco e incomodidad.
Los puñetazos habían dejado lugar a tirones de cabello, escupidas que mezclaban sangre y saliva y llanto silencioso.
La habitación se llenó con sus chillidos y el sudor comenzó a perlar sus cuerpos. La temperatura se elevó sin que ninguna desistiera del íntimo duelo entre sus entrepiernas. Las calzas facilitaban el contacto que las estremecía. Se acusaron de frotarse adrede. Tanto una como la otra. Pero ninguna intentó cambiar de ataque. Retroceder sería reconocer… ¿Qué? Ambas sabían que el campo de batalla había cambiado. Algo instintivo las impulsaba. Una línea borrosa entre la agresión y el deseo.
— ¡Pará de frotarte y peleá, trola! —gritó La China, temblorosa, cuando quedó encima. Su cuerpo contradecía cada sílaba.
— ¡Pará vos, entonces, trola!
Ambas mantuvieron la presión entre sus pubis, con un vaivén rítmico y visceral que comenzó a hacerlas estremecer y aceleró sus pulsaciones.
Cada escupitajo, cada insulto y gemido era un eco de la batalla interna que se libraba en el interior de cada una.
— ¡Lesbiana calentona! —escupió Wanda.
Su saliva aterrizó en los sensuales labios de La China, que sintió una oleada de asco.
— ¡Mirá quién habla! ¡No dejás de frotarte conmigo, hija de puta! —replicó al devolvérsela.
Sus ojos se desviaron hacia la boca de su rival y no pudo evitar relamerse, movida por un impulso. Wanda tuvo la misma urgencia y cuando sus miradas se encontraron, ambas se sintieron en evidencia.
—¡Dejá de mirarme la boca, pelotuda!
Pero no podían evitarlo. Sus ojos se posaban en los labios enemigos, como si las dominara una atracción magnética que se negaban a admitir.
— ¡Pará vos, torta! —gritó Wanda, escandalizada.
Pero ninguna disminuyó la intensidad entre sus vientres, mientras continuaban alternando la posición superior con las manos trabadas.
—Tortillera calentona… ¿Me querés transar? —la provocó la dueña de casa, con sus labios casi rozándose.
La China, sin perder el ritmo de sus movimientos, respondió con una carcajada nerviosa, pero no se dejó intimidar.
— Sos vos la que me quiere transar, frígida de mierda.
Sus labios estaban tan cerca ahora que cada respiración era un intercambio de aliento, casi boca a boca. Los insultos volaron de una a otra como en una especie de juego erótico.
— ¡Yegua mal cogida! —espetó Wanda, con una escupida. Sus caderas se movieron con furia y aumentó la fricción intencionadamente.
— ¡Frígida de mierda! —respondió La China, devolviendo la escupida y cada embate pélvico.
Wanda estaba enardecida y decidió llevar la provocación a un nuevo nivel. Con un movimiento rápido, acercó sus labios a los de su némesis para robarle beso corto. Un pico cargado de burlona intencionalidad que rompió la barrera que ambas habían mantenido.
La China se estremeció. Un temblor recorrió su cuerpo dominado por la sorpresa y el asco.
— ¡Hija de puta!
— ¿Es esto lo que querías, putita? —susurró la provocadora, con triunfal socarronería.
Pero la visitante no se quedó atrás. Sus labios se posaron sobre los de su odiada enemiga para demostrar que no se iba a dejar avasallar.
— ¿Querés comerme la boca, trola? —replicó Wanda, con un susurro lleno de desafío y deseo, cuando quedó en la posición inferior.
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Capítulo 5
El duelo había cambiado de tono. Ahora, entre insultos y roces, intercambiaban amargos besos en los labios. Cada uno era más sugestivo que el anterior, sin detener la fricción entre sus cuerpos.
Estaban atrapadas en el torbellino de sensaciones que las envolvía y las hacía temblar. Cada roce entre sus lastimados labios era una declaración de guerra.
Ellas estaban a punto de ebullición. Wanda lamió la mejilla de La China con desprecio y buscando humillarla. Pero en lugar de ello, solo obtuvo una inmediata réplica.
Las dos odiosas rivales intercambiaron una mirada encendida de furia escandalizada. El tiempo pareció detenerse por un segundo, antes de que ambas abrieran la boca lo más grande posible para sacar las lenguas y lanzarse al ataque. Se entrelazaron en una esgrima que estremeció de pies a cabeza, mientras seguían restregándose vientre contra vientre. Gemían quedamente, rodando sin que ninguna lograra imponerse. El roce bajo las calzas comenzó a hacerles sentir un hormigueo que las recorría por dentro.
Las lenguas fueron de un lado a otro, atacando y defendiendo, con el labio superior de ambas en pleno contacto. Ninguna iba a ceder. Se tironearon del cabello con las manos a ambos lados de la cabeza para arrancarse quedos gruñidos.
Wanda retrocedió para tragar saliva y escupirle en los labios, manchándoselos con una mezcla de sangre y saliva. La China sonrió triunfal, como si la hubiera vencido.
Se relamió, pero se la devolvió, antes de reptar con su lengua por el labio superior y provocarle un involuntario temblor.
Wanda se arqueó hacia arriba. Ella empujó su entrepierna hacia abajo y ambas se retorcieron con un escalofrío cuando se sintieron a través de las finas telas.
Entonces, fue la actriz quien inclinó la cabeza para buscar los labios de Wanda y plantarle un furioso beso. La dueña de casa respondió y ambas se fundieron para buscar abrir y atacarla con la lengua. Ambas sintieron una mezcla de asco y excitación al saborear la sangre y saliva rivales, y sentir el roce entre sus bocas lastimadas.
—¿Qué pasa, trola? ¿No sabés transar? —provocó La China, con un gemido agitado.
__¿Tenés miedo, yegua? —respondió Wanda, con idéntico tono, al tiempo que le lanzaba una mirada volcánica.
__¿A ver? ¡Dame lengua, hija de puta!
__Dale, conchuda.
Ambas abrieron la boca con las lenguas asomando para fundirse en un anhelado y desesperado beso francés, sin dejar de revolcarse de un lado a otro de las colchonetas.
Cada golpe entre sus entrepiernas, era una llamada a la acción para profundizar el beso. Para explorar más allá sus propios límites. No había razón en ellas. Solo un deseo animal de imponerse y demostrar quién era la hembra alfa.
Sus cuerpos se movían como uno, fundidas por el vientre con la única separación de las calzas y las tangas. Se frotaban con frenesí, y comenzaron a mojarse tras varios minutos en el nuevo frente de batalla.
Los gemidos al unísono quedaron ahogados por sus bocas fundidas.
Cada insulto, cada escupitajo, era un fútil intento de humillación que buscaba negar la excitación que las invadía.