(Por si llegara a ser necesario recordarlo... Este es un relato FICTICIO. Nada de lo narrado ocurrió en realidad, ni refleja las conductas de las protagonistas).
Capítulo 5
El duelo había cambiado de tono. Ahora, entre insultos y roces, intercambiaban amargos besos en los labios. Cada uno era más sugestivo que el anterior, sin detener la fricción entre sus cuerpos.
Estaban atrapadas en el torbellino de sensaciones que las envolvía y las hacía temblar. Cada roce entre sus lastimados labios era una declaración de guerra.
Ellas estaban a punto de ebullición. Wanda lamió la mejilla de La China con desprecio y buscando humillarla. Pero en lugar de ello, solo obtuvo una inmediata réplica.
Las dos odiosas rivales intercambiaron una mirada encendida de furia escandalizada. El tiempo pareció detenerse por un segundo, antes de que ambas abrieran la boca lo más grande posible para sacar las lenguas y lanzarse al ataque. Se entrelazaron en una esgrima que estremeció de pies a cabeza, mientras seguían restregándose vientre contra vientre. Gemían quedamente, rodando sin que ninguna lograra imponerse. El roce bajo las calzas comenzó a hacerles sentir un hormigueo que las recorría por dentro.
Las lenguas fueron de un lado a otro, atacando y defendiendo, con el labio superior de ambas en pleno contacto. Ninguna iba a ceder. Se tironearon del cabello con las manos a ambos lados de la cabeza para arrancarse quedos gruñidos.
Wanda retrocedió para tragar saliva y escupirle en los labios, manchándoselos con una mezcla de sangre y saliva. La China sonrió triunfal, como si la hubiera vencido.
Se relamió, pero se la devolvió, antes de reptar con su lengua por el labio superior y provocarle un involuntario temblor.
Wanda se arqueó hacia arriba. Ella empujó su entrepierna hacia abajo y ambas se retorcieron con un escalofrío cuando se sintieron a través de las finas telas.
Entonces, fue la actriz quien inclinó la cabeza para buscar los labios de Wanda y plantarle un furioso beso. La dueña de casa respondió y ambas se fundieron para buscar abrir y atacarla con la lengua. Ambas sintieron una mezcla de asco y excitación al saborear la sangre y saliva rivales, y sentir el roce entre sus bocas lastimadas.
—¿Qué pasa, trola? ¿No sabés transar? —provocó La China, con un gemido agitado.
__¿Tenés miedo, yegua? —respondió Wanda, con idéntico tono, al tiempo que le lanzaba una mirada volcánica.
__¿A ver? ¡Dame lengua, hija de puta!
__Dale, conchuda.
Ambas abrieron la boca con las lenguas asomando para fundirse en un anhelado y desesperado beso francés, sin dejar de revolcarse de un lado a otro de las colchonetas.
Cada golpe entre sus entrepiernas, era una llamada a la acción para profundizar el beso. Para explorar más allá sus propios límites. No había razón en ellas. Solo un deseo animal de imponerse y demostrar quién era la hembra alfa.
Sus cuerpos se movían como uno, fundidas por el vientre con la única separación de las calzas y las tangas. Se frotaban con frenesí, y comenzaron a mojarse tras varios minutos en el nuevo frente de batalla.
Los gemidos al unísono quedaron ahogados por sus bocas fundidas.
Cada insulto, cada escupitajo, era un fútil intento de humillación que buscaba negar la excitación que las invadía.
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Capítulo 6
A pesar del odio que sentían, no podían despegar sus labios. Cada beso era más feroz y apasionado que el anterior y muy diferente a todo lo que habían experimentado. Las manos, que antes se enredaban en el cabello con intención de dominar, ahora se movían con un propósito diferente: despojarlas de sus prendas.
—¿Querés coger, lesbiana calentona? —gritó Wanda, con una escupida, antes de lamerle el labio superior.
—Vos sos la tortillera que me quiere coger, Wanda. —replicó La China, mordiéndole el labio inferior.
La dueña de casa se retorció con un gemido y comenzó a levantar el top de su némesis. La China sonrió con malicia y, ambas intercambiaron una mirada decidida. Sabían que ninguna retrocedía y el momento de la verdad iba escalando.
Por eso, levantó los brazos para que su odiada enemiga le quitara el top. Le escupió en los labios con una sonrisa maligna. Wanda se relamió para limpiarse y saborearla, antes de devolvérsela.
—¡Tortillera calentona!
La China la recogió con la lengua, limpiándose el labio superior, mientras levantaba la prenda rival, que había logrado la posición superior.
—¡Trola hija de puta!
Las dos quedaron con las calzas y corpiños blancos lanzándose encendidas miradas de odio y desafío. La actriz ronroneó y sacó la lengua invitándola a un nuevo round, que Wanda aceptó de inmediato para que ambas se abrazaran y continuaran forcejeando sobre las colchonetas. Ardientemente abrazadas,
Cada respiración, cada gemido y cafa insulto eran capturados por los sensuales labios enemigos.
El juego de lamerse, de explorar la boca de la otra con una apertura total, era una guerra prohibida que ninguna podía, ni quería, detener.
Sus manos, temblorosas por la ansiedad, buscaron las calzas para tironear hacia abajo y desvestirse mutuamente. Se quitaron las zapatillas con movimientos torpes sin interrumpir en ningún momento el vicioso duelo entre sus labios y lenguas.
Cuando, finalmente, lograron quedar vestidas solo con la ropa interior, se tomaron un segundo para admirarse comparativamente.
— Todavía no entiendo qué ve Maxi en vos, putita. Si no tenés tetas! — Se burló Wanda.
— ¡No tengo tus ubres de vaca, pelotuda! —respondió con furia para recibir una bofetada que le sacudió la cabeza.
La China apretó los dientes y la devolvió en el acto. Wanda chilló y la tomó por el cuello con ambas manos para zamparle un beso con mucha lengua. Ambas se abrazaron para rodar frotándose, fundidas por la boca.
La saliva y la sangre caían por la comisura de sus labios, y cada una juraba que podía oler a su rival a través de las tangas.
El roce entre sus lenguas seguía siendo feroz, como si cada una buscara devorar a la otra. La saliva mezclada resbalaba por sus bocas abiertas para crear un rastro que llegaba hasta los pechos apenas cubiertos por los corpiños blancos. Los gemidos, jadeos e insultos llenaban la habitación, enredados en una tensión que hacía vibrar el ambiente.
Wanda, con los ojos encendidos de furia y deseo, llevó sus manos a la espalda de La China para desabrocharle el corpiño con un tirón decidido.
—¡A ver si tus tetitas sirven para algo ahora, boluda! —soltó, con una sonrisa maligna, mientras dejaba que la prenda cayera al suelo.
La China no se quedó atrás y replicó con la misma intensidad.
—Mirá quién habla, vaca lechera... ¿Vas a intentar aplastarme con tus ubres?
Las dos gemían, temblorosas y excitadas. Sus pieles desnudas se frotaban con un calor creciente. Y un escalofrío las recorrió cuando sus firmes pechos se encontraron desnudos, al abrazarse.
Los pezones desnudos y erectos se rozaron con un latigazo eléctrico que las recorrió por dentro. Ese choque inicial las hizo soltar un gemido que pareció hallar eco en las paredes.
—¿Te gusta, tortillera? —siseó Wanda, empujándola para quedar sobre ella.
—¡A vos te gusta mucho más, trola! —replicó su rival, para recuperar la posición superior. Las dos se estrujaron con una intensidad que hizo que sus tangas húmedos comenzaran a pegarse a sus pieles.
El sudor brillaba en sus cuerpos. Volvieron a tironearse del cabello sin dejar de escupirse boca a boca. Los insultos volaban cargados de un tono cada vez más ronco y tembloroso.
Los movimientos se volvieron más rítmicos. Con un vaivén desesperado que las empapaba cada vez más con cada roce. Por más que lo negaran, ambas podían sentirlo con claridad. Era un duelo en el que ya no había palabras suficientes para describir la mezcla de odio y deseo que las consumía.
—¿Querés ver cómo me cojo a tu marido, puta de mierda? —la desafió La China, completamente excitada.
—Te cojo donde y cuando quieras… hija de puta! —replicó Wanda con un tirón de cabello, para escupirle en la boca, desde su posición inferior.
Las dos se miraron a los ojos, como para tomar coraje, aunque por dentro estaban algo aterradas. ¡Era la primera vez que estaban con otra mujer! Pero esto… era diferente.
Tras aquel eterno segundo de duda, sus labios volvieron a encontrarse. esta vez en un beso aún más profundo, con las lenguas entrelazadas en un combate que parecía convertirse en eterno. Ninguna quería soltar a la otra, ninguna quería ser la primera en rendirse. El aire se llenó de sus gemidos entrecortados, cada uno más cargado de placer que el anterior.
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Capitulo 7
Las dos, completamente agitadas y con el odio encendido en sus miradas, se separaron un momento. Jadeaban, con los cuerpos perlados de sudor y las marcas de la batalla brillaban en la penumbra.
—Chupame la argolla, hija de puta! —escupió Wanda, con una sonrisa venenosa, mientras su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración agitada.
—Chupámela vos, vaca. —respondió La China, mientras se relamía los labios hinchados y ensangrentados, sin apartar los ojos de la boca de su rival.
Ambas se tomaron unos segundos para deslizarse los tangas hacia abajo. Cada movimiento era una provocación deliberada. Sus cuerpos se marcaron con la luz tenue, mientras arrojaban las diminutas prendas al suelo.
De rodillas sobre las colchonetas, se acercaron una vez más, pero esta vez decididas a ir a fondo. Las manos de ambas aferraron a la cintura rival para estrujar con fuerza. mientras sus cuerpos desnudos se rozaban sensualmente. El calor entre sus pechos les produjo un escalofrío. Los pezones endurecidos se clavaron en las areolas para que ambas gimieran quedamente, sin dejar de mirarse con odio.
—¿Qué te pasa, torta? ¿Te tiemblan las manos? —siseó Wanda, al clavarle las uñas.
—Vos sos la que se está derritiendo, trola. —replicó la actriz, mientras sus dedos se deslizaban hacia abajo para rozarle peligrosamente el inicio del trasero.
Sin previo aviso, ambas se tomaron del cabello con la mano libre para tironearse con fuerza suficiente. Sus cabezas se arquearon hacia atrás, pero sus pechos permanecieron fuertemente apretados. Aplastándose juntos. Los gemidos de dolor y desafío resonaron al unísono y sus miradas no se despegaban en aquel duelo de voluntades.
Wanda escupió directamente en la boca entreabierta de La China, quien respondió con una sonrisa maliciosa y una escupida aún más agresiva. Sangre y saliva se mezclaron en sus labios y caían por sus mentones. Desesperadas y furiosas, las bocas volvieron a encontrarse en un ardiente beso. Las lenguas se enredaron en una lucha caótica, donde atacaban y defendían con húmedos y ardientes fintas.
Los insultos continuaron fluyendo de una boca a la otra, intercalados con los agrios besos:
—¡Lesbiana de mierda! —murmuró Wanda, mordiendo el labio inferior de su rival para arrancarle un gemido entrecortado y saborear su sangre.
—¡Trola calentona, mirá cómo me buscás la boca! —respondió La China, antes de succionarle el labio superior y degustarlo, mientras le apretaba una nalga con descaro.
El roce de sus cuerpos desnudos combinado con la fricción de sus pechos y los tirones de cabellos las hacía estremecer. Sus gemidos se mezclaron con los jadeos y el chupeteo de sus labios en lucha. La sinfonía de aquel duelo de besos producía un eco que resonaba en la habitación.
Sus manos estrujaban las nalgas rivales como si quisieran fundirse por el vientre. Buscaban restregar las matas. El olor a hembra comenzó a impregnar la sala.
Ninguna retrocedía, empeñada en demostrar la superioridad y humillar a la otra. Cada nuevo roce, escupida y beso las acercaba a ese límite que ambas cruzarían en cualquier momento.
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Capítulo 8
Wanda y La China seguían devorándose con furia y desesperación. Los besos eran un campo de batalla donde sus lenguas se entrelazaban y chocaban con violencia para intercambiar escupitajos y mordiscos. Ninguna cedía, ninguna se rendía.
La actriz se estremeció y jadeó contra la boca de su enemiga cuando sintió los dedos de Wanda deslizarse entre sus piernas.
—¡Tortillera calentona! ¡Estás mojadita!—se burló, con una sonrisa de triunfo.
La China apretó los dientes y le escupió en los labios, indignada por la provocación. Pero era incapaz de ignorar el cosquilleo que recorría su vientre. Sus caderas se movieron casi instintivamente, como si buscara más fricción. Decidida a no dejarse avasallar, clavó la mirada en los ojos encendidos de su rival y su propia mano le acarició la entrepierna para hacerla gemir.
—¡Callate, vaca, que estás igual de empapada que yo! —susurró con los labios pegados, sin besarse, en franco roce, mientras frotaba la yema de sus dedos sin piedad.
La dueña de casa jadeó con una mezcla de rabia y excitación. En su rostro se encendieron la vergüenza y el deseo. No podía negar lo evidente, pero tampoco iba a darle la satisfacción de reconocerlo.
—¡Pelotuda de mierda! ¡Ni siquiera sabés qué hacer! —espetó, aunque su cadera traicionera se arqueó para profundizar el contacto.
La China con una sonrisa ladina, le lamió el labio superior con la punta de la lengua. Lenta y lascivamente, sin dejar de mirarla con odio y desafío. Sus dedos comenzaron a acariciar con más precisión. Wanda cerró los ojos, temblorosa y se mordió el labio inferior para reprimir un gemido delator.
Pero logró controlarse para replicar con la misma moneda. Sus hábiles dedos encontraron el centro palpitante de su rival para recorrerla con movimientos lentos, pero calculados. Fue el turno de La China, quien se estremeció, invadida por un escalofrío para dejar escapar un jadeo entrecortado, que fue ahogado por los labios de su némesis, cuando la besó intensamente y le metió la lengua tanto como pudo. La saliva de ambas comenzó a chorrear por la comisura de los labios.
Ninguna de las dos había hecho algo así. Ni siquiera lo habían imaginado. Pero sentían que algo instintivo las impulsaba.
La China, furiosa por sentirse en desventaja, empujó a Wanda para quedar encima de ella. Presionó sus pechos desnudos, de pezones enhiestos que se clavaron en las areolas rivales haciéndolas gemir agudamente. Pero los de Wanda se sintieron en las suyas. Ambas parecieron fundirse de pies a cabeza, y en los gemidos, tanto como en los insultos y escupidas.
—¡Hija de puta! ¡Vas a chillar como el pajero de tu marido cuando me lo cojo! —siseó, venenosa, con una sonrisa perversa mientras seguían estimulándola con la mano, pero ella tenía la posición superior.
Wanda la agarró de la cabeza y la forzó a acercarse a su boca para escupirle directamente en los labios y luego lamérselo.
—¡Te encanta, trola! ¡Estás chorreando, hija de puta!
La China no se quedó atrás y, con un movimiento rápido, le lamió la boca, para pasar a la mejilla y dejarle un sendero babeante, antes de volver a escupirle en los labios.
—¡A vos te encanta, trola! ¡Más que cuando te coge él! ¡Me mirás con odio, pero te morís por tragarte toda mi lengua!
Las dos temblaban y aullaron extasiadas cuando metieron un dedo en la entrepierna enemiga para comenzar a moverlo frenéticamente. Estaban en llamas, desesperadas. Se habían empujado hacia el punto sin retorno.
Sus respiraciones agitadas, jadeos y chasquido de sus labios en lucha inundaron el aire caliente la habitación. Sus cuerpos seguían apretados, las manos enterradas entre las piernas de la otra, las bocas tan cerca que podían sentir el aliento de su odiada némesis. Los dedos no dejaron de moverse, lascivos y precisos para arrancarles gemidos y maldiciones mutuas.
—¡Siempre estuviste obsesionada conmigo China torta! —gruñó Wanda, con la voz temblorosa de placer y furia, al intercambiar una larga lamida lengua a lengua, con las bocas bien abiertas.
—¡Vos, cerda! ¡Siempre me estás revisando todo lo que publico! —respondó La China, escupiéndole en la boca abierta y jadeante.
Ambas, ardiendo, aceleraron la velocidad de sus caricias y sus cuerpos comenzaron a moverse acompasados.
Estaban en llamas y sus coños palpitantes reclamaban algo más. Por eso, la visitante agarró la mano de su rival y la apartó, abriéndole las piernas con las propias para lograr un mejor roce entre sus entrepiernas. Ambas chillaron y se retorcieron de placer cuando sus matas se rozaron y sus labias se tocaron, húmedas y ardientes.
—¡Te voy a dejar seca, hija de puta!
—¡Cuando termines de chorrear… me vas a… a… chupar la… la argolla… Wanda!
—¡Vos! … me vas a… a… a chupar la … la… la concha! … ¡Hija de puta!
Las dos temblaban y gemían, mientras frotaban sus sexos húmedos con urgencia. Las respiraciones pesadas y las pulsaciones alcanzando la velocidad de la luz indicaban que estaban muy cerca del desenlace.
Ninguna iba a detenerse en ese punto. Sus vientres continuaron el lascivo roce en un ritmo que se volvió casi frenético. Sus bocas se encontraron de nuevo en un beso que las dejó sin aliento, para morder y succionar con desesperación. Cada una buscaba silenciar sus propios gemidos con aquellos besos con lengua que tanto las extasiaba.
Cada insulto, cada desafío, cada jadeo las empujaba hacia el temible final. Ambas estaban completamente entregadas a la guerra de placer y del odio.
Y ninguna iba a ser la primera en detenerse.
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Capítulo 9
Los cuerpos de Wanda y La China seguían fundidos en la batalla más feroz que habían librado. No había vuelta atrás. La fricción entre ellas se volvía cada vez más intensa y desesperada. Un choque de orgullo y rivalidad en el cual ninguna quería perder.
Los jadeos ahogados se mezclaban con insultos y escupidas lanzadas boca a boca con rabia y desesperación. Cada una intentaba humillar a la rival, pero en el fondo, sentían cómo este duelo las había llevando al límite.
—¡Torta reprimida! —siseó Wanda, logrando arquearse para rodar y quedar encima de su odiada némesis.
La China le lamió la boca, con una sonrisa de superioridad.
—¡Mirá quién habla, trola! ¡Sos vos la que está temblando!
Wanda sintió cómo su propia respiración se volvía más errática. Apretó las nalgas para aumentar la fricción de su clit contra el de La China. Ambas se retorcieron con un alarido extasiado que las hizo ver las estrellas cuando sus botoncillos se deslizaron juntos. El vaivén pélvico las enloqueció y ninguna quería detenerse.
Las manos de La China estrujaron las nalgas de Wanda, que la imitó, para aumentar la sensación de fricción entre ellas. Cada una juraría que podía sentir los latidos en el coño rival, empujándose a una vorágine de placer.
—¡Sentí mi concha superior, hija de puta! —Bramó la actriz, al arquearse para desmontarla y volver a recuperar la posición superior para redoblar sus ataques en el coño rival.
Wanda no pudo responder. Un estremecimiento recorrió su cuerpo tras pocos embates. Su cuerpo la traicionó y comenzó a temblar como una hoja. Abrió la boca para protestar, pero no pudo pronunciar más que jadeos extasiados, al desbordarse en un torrente de fluidos contra la entrepierna enemiga, estrujándola muy fuerte contra sí. Como si quisera traspasarla y fundirse con ella.
—¡Síiii, Hija de puta! ¡Acabá para mí, yegua! —festejó La China, eufórica por el triunfo. Le escupió en la boca abierta al tiempo que le daba un violento tirón de cabellos.
—¿Quién es la mejor? ¡Decilo! ¡O te dejo pelada, Wanda! —La obligó.
Wanda, derrotada negaba con la cabeza, aún temblando de placer. Lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas. Humillada y derrotada, no podía creer lo que acababa de ocurrir.
Pero La China no había terminado con ella. Con una mirada de fiera hambrienta, le volvió a tirar del cabello y le dio una sonora bofetada.
—¡No te escucho, hija de puta! ¿Quién te cogió? ¿Quién es la mejor?
—Vos… —Susurró Wanda, humillada, con un hilo de voz.
La vencedora, volvió a escupirle en la boca para, seguidamente, tomarla del rostro con ambas manos y lamerle las dos mejillas, nariz y labios, como humillación. Wanda negaba con la cabeza y suplicaba que parara.
Pero su rival tenía otros planes en mente.
Reptó por encima de ella, restregándole el coño empapado por los jugos de ambas para frotárselo por los pechos y sentarse en su boca.
Wanda, intentó apartarse, pero su rival se acomodó con los muslos a ambos lado de su rostro. Wanda suplicó en vano, sabiendo lo que seguía.
La China le tiró del cabello y volvió a escupirle en el rostro.
—¡Chupámela, hija de puta! ¿Quién es la mejor?
Wanda, derrotada, lloraba y trataba de retorcerse para liberarse. Pero la presa de La China era firme.
—¡Chupámela o te dejo pelada, hija de puta! —Amenazó cuando le agarró el cabello con ambas manos y enredó los dedos peligrosamente.
Wanda sacó la lengua, resignada y llorando. Tímidamente, al principio. La puntita saboreó los jugos femeninos por primera vez en su vida. Una oleada de asco y odio la invadió. La China se retorció y chilló de placer.
—¡Síi, hija de puta! ¡Chupámela, como hace Maurito!
La dueña de casa enfureció y supo que el tormento terminaría cuando La China se corriera. Por ello, se empeñó en hacer que fuera lo más pronto posible.
Recordó todo lo que le gusta que le hagan cuando está con un hombre en la cama y lo puso en práctica. Lamió con suavidad la labia rival. Chupó aquellos labios jugosos y palpitantes, que tanto odiaba y le habían robado el marido, pero que la habían hecho correrse en un orgasmo que jamás había experimentado.
La China se retorcía de placer y continuó provocándola.
—¡Mmm sí… Wanda… Chupámela, como soñabas cada vez que veías mis fotos en Instagram! ¡Así… putita…calentona..! ¡Seguí chupando, yegua… como hace Mauro cuando me lo cojo!
Wanda tenía la mirada enturbiada por las lágrimas y por la mata enemiga. Todo lo que podía era saborear y devorar a su odiada némesis. Su nariz se impregnó con los jugos y sus labios se acostumbraron al sabor. Casi hasta lo hubiera disfrutado… si no hubiera sido con esa… la hija de puta que se acostaba con su marido.
Los minutos pasaron. La China se masajeó los pezones, para provocarla y aumentar la humillación, mientras continuaba echándole en cara todo lo que hacía en la cama con Mauro.
Y Wanda sintió que la liberación llegaba. El cuerpo de su némesis comenzó a temblar y La China aulló de placer, sacudiéndose sin control, hasta caer acostada de lado, en posición fetal.
Gemía agudamente. Su cuerpo se estremecía disfrutando del mejor orgasmo de su vida.
Wanda sintió que lo estaba exagerando y también adoptó una posición fetal, dándole la espalda para ocultar el rostro entre las manos y llorar. Derrotada, humillada y… follada.
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Capítulo 10
La China se incorporó lentamente, con la respiración agitada y una sonrisa de triunfo curvando sus labios. Miró a Wanda, que yacía en el suelo con la mirada perdida, el rostro enrojecido y los puños cerrados de impotencia. La victoria era suya, y no había protesta que lo cambiara. Con un ademán pausado, tomó el rostro de su enemiga entre sus manos y la obligó a mirarla a los ojos.
—Espero que no se te olvide quién es la mejor, putita. —susurró con un tono venenoso, dejando que cada palabra calara en lo más profundo de su derrotada rival.
Sin apartar la mirada, le dedicó una última muestra de desprecio: le lamió la mejilla como si la marcara, para luego escupirle en la boca y propinarle una sonora bofetada que halló eco en la habitación.
Wanda cerró los ojos y sintió que la humillación la corroía por dentro. Sus labios temblaron, pero no emitió ningún sonido. Su rival, satisfecha, se puso de pie y comenzó a vestirse sin ninguna prisa. Pavoneándose con cada movimiento, asegurándose de contonearse como si estuviera brindandole un show privado. Como si quisiera recordarle que era la mejor hembra y tenía el dominio absoluto de la situación.
La China lanzó una mirada burlona hacia su rival, quien aún seguía lanzándole una mirada llena de enfermizo odio. Se relamió el hilo de sangre del labio superior y tomó el tanga de Wanda.
—¡Me quedo con esta como trofe, yegua mal cogida! ¡Y la voy a usar la próxima vez que me coja a Maurito!
Wanda la insultó y sintió que se desgarraba por dentro, pero su victimaria sonrió con deleite, antes de alejarse y abandonar la casa con un portazo.
Atrás quedaba el primer encuentro entre ellas. Ambas sabrían que habría una revancha. Era cuestión de tiempo.
La soledad de las colchonetas humedecidas y salpicadas con un poco de sangre de ambas pareció escuchar los sollozos desconsolados de la dueña de casa, quien se abrazó a sí misma, antes de correr a la ducha.
Necesitaba quitarse el olor y la sensación del contacto con esa hija de puta. Pero ya se las pagaría. Eso no iba a quedar así. Le demostraría que era mucho más hembra.
Wanda, soberbia como siempre, no podía aceptar la derrota.
Se juró en silencio que aquello no había terminado. La venganza vendría, y cuando lo hiciera, La China lamentaría cada segundo de su arrogancia.