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(Spanish) Un poco de suerte

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Offline NightCat

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(Spanish) Un poco de suerte
« on: September 07, 2019, 09:59:29 PM »
UN POCO DE SUERTE

Luisa resopló, dejó el informe en que trabajaba y fue con su compañera, Samira, a una de las salas de detención. Durante el camino, le contó por qué la llamaban: la historia de siempre. Habían detenido a una sospechosa de introducir tecnología prohibida en el país, y ahora la tenían tan enfurecida que los dos guardias que realizaban el registro habían tenido que salir para no darle una paliza.

—Siempre igual —dijo Samira—. Al principio colaboraba, pero como es muy guapa, le habrán dicho alguna grosería y cuando le han pedido que se quite el sujetador, se ha puesto hecha una fiera. Le han dado un tortazo y ella se ha puesto a pegarles y a arañarles.

Siempre igual, pensó Luisa. Las leyes eran estrictas. Era obligatorio examinar manualmente los sujetadores, porque era frecuente ocultar dispositivos pequeños ahí, pero los sospechosos debían ser tratados con respeto. No se los podía tocar salvo que ellos iniciaran el ataque. Así que, cuando una sospechosa se volvía intratable, la llamaban a ella. Casi siempre, ver a una mujer bajita, muy diplomática y amable, las sospechosas se tranquilizaban.

Cuando entró en la sala, como siempre, sintió un pellizco en el estómago. A veces, las sospechosas estaban tan enfurecidas que la atacaban. Luisa sabía artes marciales y fortalecía a diario los brazos, pero como su apariencia no era impresionante, un solo error en el diálogo y la sospechosa se le echaba encima.

Aquella sospechosa, Sheila, era enorme en comparación con Luisa. Calculó que le llegaba al hígado. Estaba cerca de la pared del fondo, dando paseos, y cuando la vio entrar, se pegó al muro. Mala señal. Luisa se le acercó sin prisas y al verla bien, supo qué había pasado. La sospechosa tenía un cuerpo espectacular, el pelo largo y negro, la piel un poco tostada y los ojos verdes. Los dos policías que la habían desnudado no habrían tenido tacto, no habrían disimulado cómo la miraban y la chica había terminado por perder los nervios.

Luisa suspiró al ver que Sheila retrocedía pegada a la pared hasta que acabó en una esquina. La sospechosa la miraba con hostilidad. Se detuvo a metro y medio de la prisionera y le tendió la mano.

—Lamento el comportamiento de mis compañeros. Me llamo Luisa y voy a terminar de registrarte.

—Ya me han registrado bastante. ¡Quiero irme ya!

—No puedo dejarte ir hasta que examine el sujetador. Por favor…

—¡Y una mierda!

—A mí tampoco me hace gracia, pero la ley nos obliga. Te lo ruego: dámelo y tras un par de minutos te podrás ir.

Sheila la miraba, jadeando y con mala cara. Luisa bajó la mano. Pensó un instante qué iba a decirle, pero la prisionera se le adelantó.

—¡Ya me habéis humillado bastante! ¡Me he quedado en ropa interior y soy inocente! ¿Qué más queréis?

—Son las órdenes —dijo Luisa, que alzó las manos y fijó la vista en el estómago de Sheila—. No te miraré los pechos. Quítatelo, dámelo, lo examino y te lo devuelvo. Y sales de aquí con nuestras disculpas.

La veía tan nerviosa que no consideró prudente asegurarle que iba a darse la vuelta para no verla desnuda. Lo peor era que ese nerviosismo de Sheila indicaba que llevaba algo en el sujetador, con lo que la situación se podía poner peligrosa. Su prudencia la salvó.

—¡No me trates como si fuera imbécil!

Tras aquel grito, Sheila le dio un guantazo muy fuerte. Pudo interponer el brazo y debilitar el impacto, aunque su rival era tan grande y estaba tan desesperada que siguió atacándola y la derribó. Titubeó al verla en el suelo y Luisa tuvo una oportunidad. Le trabó un tobillo con una pierna y le golpeó la parte trasera de la rodilla con la otra. Sheila cayó contra la pared y aunque se levantó ilesa y rápido, Luisa pudo ponerse de pie.

La sospechosa gritó y le tiró del pelo con ambas manos. Hacía tiempo que responder al ataque era un asunto de defensa propia. Sheila había cometido el error de dejar desprotegido el vientre. Quizá creyó que Luisa intentaría agarrarla de las manos. Lo que hizo fue acercarse un poco a su rival y darle dos puñetazos muy fuertes en el hígado y otros dos en el plexo solar.

Sheila cometió un segundo error: pegó la cabeza de Luisa a su propio plexo solar, para evitar los puñetazos. Luisa reaccionó golpeándola con fuerza en el estómago varias veces. Por el forcejeo, tuvo que cambiar el objetivo de sus puñetazos y golpear más abajo. Notó en los nudillos que estaba hundiéndole el puño en el ombligo. Y, a pesar de que la golpeaba con ganas, seguía en pie. Angustiada, siguió dándole puñetazos bajo el ombligo, a la altura de útero y, al final, casi en la vejiga.

—Para, para —le dijo, pero Luisa le pegó en el bajo vientre con más rabia porque Sheila no le soltaba el pelo.

Al fin, Sheila la soltó. Le dio tres puñetazos más y se alejó un poco. La prisionera cayó de rodillas y dejó el vientre apoyado en los muslos y la cabeza en el suelo. Estaba llorando. Luisa sintió algo de pena y pensó que quizá le había pegado demasiado fuerte. Se acercó para quitarle el sujetador, pero Sheila le puso una mano en el muslo.

—Deja que… me lo quite yo.

Decidió concedérselo y se alejó de nuevo. La mujer pasó un par de minutos encogida en el suelo, hasta que logró incorporarse. Quedó sentada de rodillas y se secó las lágrimas. Era tan alta que, sentada sobre sus pantorrillas, tenía la misma altura que ella. Se llevó las manos a la espalda y se quitó el sujetador. Luisa no pudo evitar fijarse en sus pechos, grandes y perfectos. Comprendía que no quisiera dejarlos al aire delante de dos hombres con poco tacto.

Luisa se llevó una sorpresa. Examinó con cuidado el sujetador dos veces y no encontró nada. Se lo devolvió a Sheila y esta se lo puso de nuevo. Empezó a llorar otra vez.

—Tenías razón. No llevabas nada escondido. Siento mucho todo esto.

—Os lo dije y no me creísteis —dijo entre lágrimas.

—Entiéndelo. Los traficantes siempre dicen lo mismo. Si te vuelve a suceder, colabora. Puedes pedir que te registren mujeres.

—Eres tú quien tiene que entenderlo —dijo, aún arrodillada. Se dobló y se quedó un rato doliéndose. Luisa se sentía cada vez peor—. Es humillante que me obligueis a desnudarme para nada. No soy una delincuente.

—Vístete, por favor —le rogó Luisa mientras abría la puerta—. Vuelvo enseguida.

Luisa comunicó, primero, a los compañeros que esperaban tras la puerta que la sospechosa estaba limpia. Luego, habló con su superior y le dieron una tarjeta médica para Sheila. Cuando abrió la puerta de la sala de detención, la prisionera se había vestido y se hallaba sentada en una silla, encogida y con la mano en la parte baja del vientre.

—¿Tanto te duele? —Sheila asintió—. Lo siento de verdad, pero tú me atacaste.

—Perdí la cabeza. Me lo merezco.

—Esto es una tarjeta médica de un solo uso —le dijo mientras se la entregaba—. Cuando salgas, toma el metro que hay frente a la aduana, sube a la línea 4 y bájate dentro de tres paradas. Verás el hospital, no tiene pérdida.

—Eres muy amable.

Se acercó a la puerta y le dijo a Sheila que podía irse. La mujer se marchó con expresión abatida, pero, al menos, parecía aguantar el dolor lo suficiente como para caminar erguida.

* * * * *

Sheila había perdido dos horas en el hospital, pero, aunque seguía doliéndole el vientre, se sentía muy afortunada. Tenía el torso lleno de contusiones y se le iba a llenar de moretones; sin embargo, le hicieron varias pruebas y no tenía dañados ni órganos ni músculos. La doctora le preguntó que quién le había hecho aquello. Respondió que fueron dos tipos que intentaron atracarla: le avergonzaba reconocer que una policía diminuta le había destrozado el vientre a puñetazos.

Le habían recetado pastillas para el dolor, pero eso tendría que esperar. Lo mejor de todo es que llevaba planos de contrabando en una micromemoria y, a pesar del registro, no los habían descubierto. Se había puesto muy nerviosa cuando se empeñaron en examinarle el sujetador. Su única opción para salvar a Kevin, el hombre de su vida, era evitar la cárcel a cualquier precio. No podía dejar que le examinaran el sostén, pero aquella policía diminuta la habría destrozado si no cedía. Por suerte, no se le ocurrió buscar en el broche y no descubrió el cargamento.

Tomó el metro, camino de la estación de tren. Hizo la mitad del viaje doblada, con la mano en el vientre. Le dio asco comprobar que un tipo que tenía enfrente no paraba de mirarle el escote. Solo tenía dinero para el metro, el hotel y el billete de tren: tendría que esperar a que le pagaran la mercancía para comprar los medicamentos. Aquello sucedería al día siguiente por la tarde. Viajaría toda la noche en tren y, luego, tres horas más de autobús hasta Kilusya. Iba a ser un viaje incómodo.

Aquella sería su penúltima misión de contrabando. Una más y ya tendría el dinero suficiente para la operación de Kevin. Hacía décadas que los sistemas públicos de salud no funcionaban y la sanidad estaba fuera del alcance de un par de simples camareros, como eran ella y Kevin.

Solo necesitaba una última ración de suerte.

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Offline sugoishadow

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Re: (Spanish) Un poco de suerte
« Reply #1 on: September 09, 2019, 06:32:01 AM »
Gracias por el relato.

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Offline Dario

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Re: (Spanish) Un poco de suerte
« Reply #2 on: September 10, 2019, 05:58:47 PM »
Muy buena y detallada, me gusta mucho la presentación de la historia, a ver si se anima más gente y publica en español. Muchas gracias.

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Offline NightCat

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Re: (Spanish) Un poco de suerte
« Reply #3 on: September 15, 2019, 01:08:53 AM »
Sugoishadow y Dario: muchas gracias por los comentarios. Tengo la intención de publicar más cosas en español en el foro. Estuve leyendo varios relatos del foro y creo que esas historias encajan, aunque la siguiente es más larga y bastante diferente de esta. Creo que la colgaré en varios capítulos.

Saludos.

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Offline shuni

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Re: (Spanish) Un poco de suerte
« Reply #4 on: December 27, 2019, 02:40:02 PM »
me gusto mucho tu relato, muchas gracias y espero tus siguientes historias